Vargas Llosa y el fanático

Columnas martes 15 de abril de 2025 - 01:00

La literatura universal ha perdido una de sus estrellas rutilantes. El inmarcesible Mario Vargas Llosa se ha ido para siempre. Paradójicamente, para siempre estará entre nosotros, en sus libros, en nuestros libreros y en nuestra gratitud.

 

Autor de La Fiesta del Chivo, Conversación en la Catedral, Pantaleón y las visitadoras y tantas otras obras fundamentales de este y el pasado siglo, no dejó pasar sin admonición oportuna los temas del presente.

 

No solo fue un extraordinario lector y escritor, sino también un demócrata convencido, difusor persuadido y permanente de los riesgos que veía como acechanzas sobre la gobernanza global, pero sobre todo la de Latinoamérica, tan cercana a nuestros históricosagobios políticos y económicos, y nuestras ansiedades sociales contemporáneas.

 

El Premio Nobel de Literatura de 2010, el más universal de las y los latinoamericanos, quizá a la par de García Márquez, deja una vasta obra de lo que hoy las librerías y hasta las y los libreros llaman “no ficción”, también de entidad superlativa.

 

Solo dos de esos textos me quedo, por ahora. Uno es “La civilización del espectáculo”, sobre la banalización de las artes y la literatura (la cultura en general), el triunfo del periodismo amarillista, de la política frívola y del deterioro cognitivo por culpa del internet, del que hablaré otro día, quizá pronto.

 

El otro es breve, brevísimo, pero relevante hoy y que también podría tomarse como reflexión democrática. Informa que en una estancia en París en los años sesenta, conoció a un proyeccionista, Louis Loms, que cada vez que lo encontraba en los Estudios Gennevilliers, donde Vargas Llosa grababa audios traduciendo al español un noticiario, lo conminaba a convertirse en nudista, como lo era él. Por meses, el proyeccionista quiso reclutar de mil maneras y forma persistente, incansable, al escritor; infructuosamente, por cierto.

 

La lección que Vargas Llosa tomó del incidente es escalofriante y actual, aunque aquello sucedió hace un poco más de 60 años. En “El nudista militante”, dice que la mirada torva del obsesivo proyeccionista Loms le había recordado otras que había visto aparecer una y otra vez “en curas y revolucionarios, en intelectuales moralistas, y sobre todo en ideólogos de todo pelaje.”

 

En ese mar de encuentros, peroratas y conminaciones, el Nóbel realizó un descubrimiento mayúsculo. Reconoció la plaga política que surca el continente y da vida y luz a los autoritarismos modernos, aunque podría ser que en realidad son estos regímenes los que alumbran el carcinoma del que habla. Así lo denunció: “Es la mirada del que se sabe dueño de la verdad, del que no se distrae, del que nunca duda, del humano más dañino: el fanático.”

 

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/CR

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