Columnas
Existen coincidencias a lo largo de lo que va del actual sexenio en las que los detractores en los medios y los medios mismos, han caído en la tentación de mentir para darle fuerza a sus palabras. Independientemente de que su interpretación de la realidad coincide con la de ex presidentes que desde 2018, rompieron la regla no escrita de guardar silencio, y los líderes de oposición, nado sincronizado.
Es decir, si las críticas se limitaran a cuestionar sin agregar mentiras, los detractores, disfrazados de analistas, tendrían argumentos muy frágiles. Es necesario condimentar la consigna con mentiras.
Cómo no exhibir el trabajo de los medios convencionales si fueron, y siguen siendo. el principal aparato de difusión del golpismo La disidencia que no se atreve a decir su nombre. Resentidos por la falta de subsidio, sirven de ventana a las mentiras de analistas y crean, además, huecos de información sobre el trabajo de la administración pública para que parezca que no hace nada.
Los reporteros, analistas y comunicadores que fueron sistemáticamente críticos, sin excepción, mintieron. La lista es larga. Algunos lo hicieron como pate de su trabajo informativo. Mentir debe ser un delito para quienes deben honrar la verdad, actualmente su única sanción es la falta de credibilidad. Se trata de una irresponsabilidad con repercusiones sociales, que, además, se realiza premeditadamente y con acuerdos políticos y económicos previos para que coincida esa información falsa con la de sus similares y hagan de la mentira un hecho consumado.
Así, la modificación al esquema informativo de Goebells tiene un cambio al decir que una mentira difundida en mil medios, se convierte en verdad. Las estrategias contra la 4T consistieron en lanzar una mentira para que después los analistas la interpreten como si fuera verdad. En el sexenio que termina se llegó al extremo de crear simposium sobre mentiras, principalmente en el terreno de la economía y las finanzas, tratando de inyectar incertidumbre en la inversión nacional y extranjera.
Es decir, un verdadero sabotaje a través de los medios y las herramientas con los que la difusión les permitía. A pesar de todo esto la verdad avasalló en las elecciones y ante esta derrota, los repetidores de las mentiras niegan que por mentir públicamente recibieron dinero, cuyo origen no pueden explicar. Desconocen que para manipular se requiere credibilidad y ellos no la tienen.
La lucrativa industria orquestada contra el presidente saliente y la presidenta entrante, significó para algunos comunicadores mucho dinero, sus contenidos fueron tergiversados, con la intención de desestabilizar y crear miedo. Hay varios delitos comunes que adjudicarles, empezando por la falta de transparencia del financiamiento de sus noticias, que les generan ganancias, con destino directo a sus bolsillos, columnistas y analistas, que no pagan impuestos, entre otros daños, a veces irreparables.