Columnas
Cada vez más medios de comunicación que cubren la guerra de Ucrania se están yendo por la pendiente fácil de reportar supuestos avances o retrocesos militares; esto es, si las tropas de un lado avanzaron o retrocedieron unos kilómetros en tal o cual frente, o si el misil que fue interceptado era de fabricación norteamericana o coreana. Para entender el impacto de la guerra en la vida de las personas, dentro y fuera de Ucrania y Rusia, estas consideraciones son irrelevantes.
Además, me refiero a medios respetados de la prensa tradicional que cubren hechos internacionales, ya no digamos los mexicanos, que están preocupadísimos de si tal futuro secretario se va a llevar a tal subsecretario, porque son muy cercanos, o si los nombramientos cruzados entre familiares del poder judicial debería ser un derecho humano de los jueces. Típico. Pero afuera están pasando cosas que impactan hasta el precio de la tortilla, y no es meme ni mame. La guerra de Ucrania es una.
Creo que en parte se debe a que las opiniones de fondo que puedan esgrimirse sobre una guerra larga, costosísima para todos (en todos los aspectos, pues, aunque no lo creamos, ha tenido consecuencias económicas para México, por el precio del petróleo, los granos y los fertilizantes), donde ya no queda claro el objetivo político a largo plazo de occidente (el end game, como se dice), en fin, sobre los aspectos importantes del conflicto, serán incómodas y desalentadoras.
Las actitudes de Putin son cada vez más envalentonadas, y es que, desde el inicio del conflicto, su fiasco inicial (creía tomar Ucrania en 72 horas), se volvió para él un asunto de sostener la guerra o morir políticamente. En pocas palabras, mientras más dure la guerra, mejor para él, sea cual sea el desenlace real.
Aunque no hay una alianza abierta y coherente entre los autoritarismos europeos y asiáticos, en el sentido de un nuevo Pacto de Varsovia o algo parecido, cada vez más países de este corte realizan encuentros y declaraciones simbólicas de apoyo entre sí. La mayor preocupación práctica estas últimas semanas es que Rusia está ayudando a Corea del Norte a desarrollar sus armas nucleares a cambio de municiones.
La actitud de Estados Unidos y Europa es más tímida que antes, y con razón. Las sanciones contra Rusia afectan sus propias economías porque dependen (los europeos) del gas y petróleo rusos, pero en general las democracias, a diferencia de las autocracias, deben justificar ante sus electorados que están gastando billones de dólares en un país extranjero, para defender a ese país extranjero. Los contribuyentes no son empáticos con ninguna causa cuando sienten que alguien se está llevando su dinero. Suena feo, pero así es.
Con todo lo anterior, no es raro que, tanto en el parlamento europeo como en Estados Unidos, los movimientos de extrema derecha asociados con el nacionalismo a la antigua, se estén apoderando cada vez más de las simpatías colectivas. De ahí salen los fascismos. Para variar, Estados Unidos tiene también un recordatorio de la hipocresía en su política exterior porque su apoyo a Israel (que sigue estando en lo que importa, en los hechos) contraviene todo lo que dice sobre la actitud de Rusia en Ucrania. El realismo en la geopolítica es inevitable, pero no se lleva bien con un discurso liberal de protección global de los derechos humanos, ese siempre ha sido el talón de Aquiles de los Estados Unidos cuando intervienen en conflictos. Y si llega Trump, ni hablamos.
La circunstancia se enmarca en un proceso histórico más amplio, donde ha quedado exhibida la inutilidad de los organismos internacionales (ONU, CIJ), quienes condenan enérgicamente y publican órdenes de arresto que nadie cumple y a nadie le importan. Junto con la Organización Mundial de Comercio, a quien muchos populistas culpan de la desigualdad en sus países como parte de las instituciones neoliberales, y la Organización Mundial de la Salud (a quien los neoliberales culpan de los efectos económicos de la pandemia), no es una buena época para el imaginario internacional público.
No es fácil saber hacia dónde va el mundo como un lugar multipolar, pero hoy estamos situados en un mundo que ha normalizado las anexiones territoriales forzadas y el genocidio como dos variables más en el funcionamiento de los mercados y las cadenas de suministro. Aguas ahí.