Columnas
Alguna vez leí que “la realidad pinta naturalezas muertas”, en los últimos días, salgo a trabajar y escucho quejas constantes del clima en nuestra ciudad, como si la naturaleza fuese el flagelo y no la víctima que resiente nuestra indiscriminada inconsciencia, porque siempre nos resulta más sencillo darle un adjetivo desde el injusto juicio a lo que vemos, muy por encima de lo que hemos sido.
En la Ciudad de México, las calles son punto de encuentro para la protesta, la fiesta o la reunión vecinal, cuyos temas en estos últimos días ha sido calor, madres buscadoras, elección judicial y Trump con sus aranceles; aquí donde el cambio climático deja estragos, se contrapone cansancio y agotamiento, con efervescencia mediática y política, que levanta el ánimo, generando entusiasmo para opinar y ser partícipes de la vida política, se siente la inquietud de muchas y muchos ante el presente, los vecinos ya discuten las decisiones de Trump y qué candidata o candidato les parece mejor para algún cargo del poder judicial.
Esta bella ciudad, tan diversa y pluricultural, que cuando pretendo definirla faltan palabras y adjetivos que abracen tanto; y es que, es la torta de tamal en el desayuno a la salida del metro, el café que nos reencuentra tras el caos de los automóviles y sus claxons, las tiendas de antaño que evocan el glamur de un México postcolonial, los domingos en Bellas Artes, el danzón en las plazas públicas, Diego y Frida en la vieja casa azul, el sonido de las letras del organillero, el caribe sonando en el Barrio Bravo, Chavela desgarrándose una vez más en Garibaldi, Siqueiros con sus murales para no olvidar la revolución de las consciencias, el paseo con la mascota por el parque, las trece heroínas en Reforma, mujeres cuyos nombres registra la historia como las que nos dieron patria, sin embargo, en el devenir histórico, ejércitos de mujeres han luchado por nuestro pueblo, sus nombres no quedaron registrados, su obra y espíritu siguen vivos, mujeres que trascendieron, mujeres a las que el patriarcado les negó el justo lugar que les correspondía.
La Ciudad de la Utopía son también, las mujeres y el trabajo de cuidados no reconocido; es Ricarda, en el viejo sanatorio religioso del barrio, la enfermera que cuida del que llega lesionado, con sobredosis o con golpe de calor, y aquí reflexiono, ¿por qué quién cuida SIEMPRE es una mujer?
Escribir y alzar la voz para reivindicar, que nuestros pasos con orgullo sirvan una vez más para no olvidar, que el gobierno y sus políticas den respuesta a la crisis de cuidados, trabajo de cuidados que es una barrera estructural para la autonomía económica de las mujeres, la vida libre de violencia y el desarrollo integral. Es urgente que el estado rompa con los sesgos patriarcales y resignifique nuestro rol en la sociedad, promoviendo y protegiendo los derechos económicos de cada una de nosotras, porque en toda democracia los cuidados son derechos.
Andrea Gutiérrez