El confinamiento que vivimos hoy hace que el Internet se parezca al Mercado de Sonora. El virus ha sacado de los bosques a todos los brujos, profetas y chamanes que la ciencia y los gobiernos estaban buscando para resolver la epidemia; y desde luego, vienen preparados con las soluciones comerciales que el advenimiento del Apocalipsis tiene milenios concibiendo para sus más fieles suscriptores.
Ignacio Padilla en La industria del fin del mundo afirmaba que el Juicio Final es sobre todo un buen negocio. No podría estar más de acuerdo. Hay una industria con gran tradición en la ficción escatológica capaz de abarcar todo tipo de mercados. Con la llegada del coronavirus, los agoreros digitales han anunciado el fin de los tiempos y han puesto a nuestra disposición la sabiduría de los elegidos, a veces con productos ingenuos y en otras ocasiones con ideas peligrosas.
La parte divertida reside en la enciclopedia de saberes que las ciencias ocultas nos comparten: no faltan a diario los horóscopos de contagio que te previenen de tocarlo todo; sugieren que te abstengas de aventuras al aire libre, y que mejor te dediques a la reconciliación con tus espacios íntimos. Es sencillo comprar en diversos comercios electrónicos amuletos con forma de murciélago y olor a antibacterial para las puertas del hogar. Fetiches desinfectados. Son notables también las crónicas de los efectos paranormales de la tos que algunos pacientes han compartido para la consideración de estudios epidemiológicos futuros. Por supuesto en este catálogo de conocimientos y ofertas no faltan los implacables remedios caseros contra la angustia y el insomnio de cuarentena.
Aunque la idea del fin del mundo nos ha traído entretenimiento y obras de arte extraordinarias, hay aproximaciones menos estimulantes. El Juicio Final se ha agendado en muchas ocasiones; solo para pensar en el siglo pasado y lo que va de este, la humanidad debía perecer en la Guerra Fría, la Caída del Muro de Berlín, el descubrimiento del Bosón de Higgs, y el 2012 maya, entre otros momentos. Ahora tenemos una nueva cita con la llegada de la pandemia, y más que molestaros con la expansión de los mercados escatológicos, algunos de nosotros tememos la producción de idearios violentos.
Padilla apunta en su libro algo fundamental para estos días: la extinción de la humanidad es una narración que permite un poco de tranquilidad frente a lo desconocido y por ello es un relato altamente capitalizable: el pánico siempre es rentable. Pero el Apocalipsis es también una ficción de la diferencia. Genera una otredad que separa a los que merecen salvarse de la confrontación final, de los villanos y los “impuros” que perecerán en ella.
Este tipo sentencias apocalípticas las he encontrado ya en varios relatos sobre la epidemia, donde se habla de los pacientes con coronavirus como extranjeros, personas culpables de su padecimiento o enemigos de la sociedad. Recordemos los riesgos que Susan Sontag nos anunció sobre este tipo de retóricas del padecimiento en La enfermedad y sus metáforas: “ Basta ver una enfermedad cualquiera como un misterio, y temerla intensamente, para que se vuelva moralmente, si no literalmente, contagiosa”.