Columnas
México se encuentra hoy en una de las encrucijadas comerciales y geopolíticas más complejas de su historia reciente. Atrapado entre la arrolladora estrategia comercial global de China y la persistente amenaza de políticas proteccionistas provenientes de su principal socio, Estados Unidos – personificadas en su momento más álgido por los aranceles de la era Trump, pero latentes en el discurso político estadounidense –, la economía mexicana debe navegar con una astucia y pragmatismo sin precedentes.
La planeación comercial de China es multifacética y ambiciosa. Ya no se trata simplemente del "taller del mundo" que produce bienes de bajo costo. Beijing ha evolucionado hacia una política de expansión de influencia a través de la inversión masiva en infraestructura global (la Iniciativa de la Franja y la Ruta), el dominio de cadenas de suministro clave (especialmente en tecnología y minerales críticos o raros), y una agresiva política de exportación apoyada frecuentemente por subsidios estatales. China busca asegurar recursos, abrir mercados para sus productos y empresas, y posicionarse como un líder tecnológico y económico global. Su escala de producción, su capacidad logística y el respaldo estatal a sus empresas le confieren una ventaja competitiva formidable en numerosos sectores.
Para México, esta estrategia presenta una dualidad compleja: es tanto una fuente de competencia directa como un posible, aunque limitado, socio y proveedor. Durante décadas, la manufactura china de bajo costo representó un desafío directo para industrias mexicanas como la textil, la del calzado y la de juguetes, erosionando cuotas de mercado tanto a nivel doméstico como, crucialmente, en el mercado estadounidense, al utilizarse la mala práctica del “dumping”.
La capacidad china para inundar los mercados con productos a precios muy bajos dificultó la competitividad de muchas empresas mexicanas, obligando a una reconversión hacia sectores de mayor valor agregado, como el automotriz y el aeroespacial, donde México ha logrado forjar nichos importantes, precisamente apalancándose en su cercanía y tratado comercial con EE.UU.
Sin embargo, China es también un proveedor indispensable de insumos y componentes para la propia industria manufacturera mexicana, especialmente en el sector electrónico y automotriz. Esta dependencia crea vulnerabilidades en la cadena de suministro, pero también permite a las plantas mexicanas ensamblar productos finales competitivos para la exportación, principalmente hacia Estados Unidos.
La inversión directa china en México, aunque creciente, sigue siendo relativamente modesta en comparación con la estadounidense o europea, y se concentra en sectores específicos, a veces buscando precisamente una plataforma para acceder al mercado norteamericano.
Aquí es donde entra en juego la presión estadounidense y la amenaza de aranceles. La administración Trump, y la retórica proteccionista que persiste en ciertos círculos políticos de EE.UU., ven el ascenso económico y tecnológico de China como una amenaza directa a la seguridad nacional y al liderazgo económico estadounidense. Las políticas arancelarias implementadas bajo secciones como la 232 (seguridad nacional) o la 301 (prácticas comerciales desleales) buscaron explícitamente frenar las importaciones chinas y fomentar la producción doméstica o en países aliados ("friend-shoring").
Esta tensión sino-estadounidense coloca a México en una posición delicada pero potencialmente ventajosa. Por un lado, cualquier medida proteccionista generalizada por parte de EE.UU., incluso si está dirigida a China, puede afectar colateralmente a México. Hemos visto amenazas de aranceles a productos mexicanos bajo diversos pretextos, y las reglas de origen del T-MEC (Tratado México-Estados Unidos-Canadá) están diseñadas, en parte, para limitar el contenido de insumos de países fuera de la región, con China como objetivo implícito principal. Si EE.UU. percibe que México se está convirtiendo en una plataforma para que China eluda los aranceles (triangulación), la presión sobre nuestro país aumentaría significativamente, con riesgo de sanciones comerciales.
Por otro lado, la misma rivalidad y el deseo de las empresas estadounidenses (y de otras multinacionales) de reducir su dependencia de China y diversificar sus cadenas de suministro han generado el fenómeno del "nearshoring". México, por su geografía, su mano de obra calificada (aunque con retos en formación) y el marco del T-MEC, se presenta como el candidato ideal para atraer inversiones que buscan relocalizarse fuera de Asia. Esta es, quizás, la mayor oportunidad económica para México derivada indirectamente de la estrategia china y la respuesta estadounidense. Capitalizar el nearshoring podría impulsar el crecimiento, generar empleos de calidad y sofisticar aún más la planta productiva nacional.
Sin embargo, aprovechar esta ventana requiere una política industrial activa, inversión en infraestructura (energía, logística, agua), seguridad jurídica y un entorno de negocios estable. También exige una vigilancia constante para asegurar el cumplimiento estricto de las reglas de origen del T-MEC y evitar cualquier práctica que pueda ser interpretada por Washington como una ayuda indirecta a China para saltarse las barreras comerciales. La transparencia en los flujos de inversión y comercio es fundamental.
En conclusión, las políticas comerciales chinas impactan a México de formas diversas y a menudo contradictorias. Es un competidor formidable en mercados clave, un proveedor esencial para la industria nacional y una fuente, aunque limitada, de inversión.
La tarea para México es compleja: debe fortalecer su integración y cumplimiento dentro del marco del T-MEC para asegurar su acceso privilegiado al mercado estadounidense, mientras gestiona cuidadosamente su relación económica con China, aprovechando las oportunidades de inversión y suministro sin despertar suspicacias en Washington.
Simultáneamente, debe invertir internamente para ser verdaderamente competitivo y atractivo para las inversiones que buscan relocalizarse. Navegar entre estos dos gigantes requiere una diplomacia económica hábil, una visión estratégica clara y una ejecución impecable de políticas públicas que fortalezcan la competitividad nacional. El futuro económico de México depende, en gran medida, de su capacidad para manejar esta intrincada dinámica global.