Columnas
@onelortiz
https://youtu.be/nEErfOlDCr0?si=qvW01HmolGZoUnTn
En un país donde la ola prohibicionista parece imparable, los estados de Tlaxcala y Aguascalientes han decidido nadar contracorriente, plantando cara al progresismo moralizante y erigiéndose como verdaderos santuarios de la tauromaquia. Mientras en ciudades como la capital del país se impone una visión única sobre el entretenimiento, la cultura y la relación con los animales, estos dos estados han optado por la defensa legal, cultural e identitaria de las corridas de toros.
Desde 2012, Tlaxcala fue pionero en esta ruta al declarar las corridas de toros como patrimonio cultural inmaterial del estado. Lo hizo no solo para blindar la celebración de espectáculos taurinos, sino para reconocer una tradición profundamente enraizada en su historia y en su vida social. La Ley de Bienestar Animal del estado, a diferencia de otras entidades, excluye expresamente de su ámbito de aplicación las actividades taurinas. Esta decisión no es un capricho del legislador, sino el resultado de una comprensión integral de la cultura local y de la relevancia económica, histórica y simbólica de la crianza de toros de lidia.
Aguascalientes, por su parte, ha seguido esa misma senda. Con una historia taurina centenaria y una de las ferias más importantes del país, la Feria de San Marcos, el Congreso del Estado y el gobierno local tomaron la decisión de declarar a las corridas de toros como patrimonio cultural, histórico e inmaterial. La medida busca salvaguardar no sólo el espectáculo, sino también el ecosistema económico, artístico y rural que lo sostiene. Se trata de una afirmación clara frente a quienes buscan imponer, desde otras latitudes, una concepción única de lo ético, desestimando el peso cultural de una práctica que forma parte del ADN de muchas regiones.
La protección de las corridas de toros no es, como intentan caricaturizar algunos sectores, una defensa del maltrato animal. Es una defensa del pluralismo cultural, de las libertades locales y de la posibilidad de que cada comunidad decida qué valores y tradiciones quiere preservar. Las declaratorias en Tlaxcala y Aguascalientes también protegen la crianza especializada de los toros de lidia, una actividad que genera empleos, preserva ecosistemas y mantiene viva una parte de la identidad ganadera nacional.
En tiempos donde la prohibición pretende disfrazarse de progreso y la hipocrecia de moral pública, Tlaxcala y Aguascalientes nos recuerdan que la cultura no se cancela: se debate, se transforma, se respeta. Estas dos entidades, pequeñas en territorio y población, deberán de resistir las embestidas de los ambientalistas de ocasión y de los políticos miopes ante las tradiciones que forjaron nuestra mexicanidad a lo largo de los siglos. Ahí donde otros ven barbarie, estas entidades ven herencia. Y la están defendiendo. Eso pienso yo, usted qué opina. La política es de bronce.