Columnas
En las últimas entregas hablamos del ayuno digital, de la necesidad de hacer pausas conscientes en nuestra relación con la tecnología, y de practicar una vigilia digital que nos devolviera la atención plena y el silencio mental. Pero llegado este punto, es tiempo de ir más allá de la contención y la abstinencia. Hoy quiero proponer un ejercicio distinto: hacerles un exorcismo simbólico a las redes sociales. No para desterrarlas, sino para limpiarlas del ruido que las ha contaminado y reconciliarnos con su verdadero propósito.
Porque las redes sociales no son el demonio, pero sí hemos dejado que se llenen de gritos, de odio disfrazado de opinión, de juicios sin rostro, de comparaciones que enferman, de likes que se volvieron sinónimo de autoestima, de algoritmos que nos alejan de la verdad y nos atrapan en la inmediatez. Se nos olvidó que las redes fueron pensadas para acercar personas, compartir conocimiento, provocar encuentros. Lo que nos toca ahora no es apagarlas para siempre, sino resignificarlas.
Exorcizar no es eliminar: es limpiar, recuperar lo esencial, volver al origen. El reto está en darle un nuevo sentido a nuestra forma de habitar lo digital. ¿Podemos usarlas para construir en lugar de dividir? ¿Para inspirar, aprender, dialogar, cuidar nuestra salud emocional y la de los demás? ¿Podemos dejar de alimentar la parte tóxica del sistema con nuestro tiempo, atención y energía, y empezar a participar desde otro lugar?
El problema no son las redes, somos nosotros usándolas sin conciencia. Porque, así como una dieta desequilibrada enferma el cuerpo, un consumo sin criterio de contenido enferma la mente. Pero también, del mismo modo que una buena alimentación fortalece, las redes bien utilizadas pueden nutrir el pensamiento, reforzar vínculos y sembrar bienestar.
Hoy, más que nunca, necesitamos cambiar la narrativa. En vez de repetir que “las redes destruyen”, digamos que pueden sanar. En lugar de compartir lo que genera miedo o rabia, compartamos lo que genera esperanza, empatía, reflexión. Recuperemos la capacidad de escuchar, de matizar, de desconectarnos sin miedo y reconectarnos con intención. Hagamos comunidad, no ruido.
Que este sea el inicio de un nuevo pacto con lo digital. No se trata de huir ni de idealizar, sino de habitar con responsabilidad, con sentido, con propósito. Las redes sociales pueden seguir siendo un espacio de encuentro si les devolvemos humanidad. Está en nosotros filtrar el ruido, amplificar lo que nutre, y apagar lo que daña.
En la próxima entrega hablaremos de todo lo que sí pueden aportar las redes sociales y la información en línea al cuidado de nuestra salud. Desde el acceso al conocimiento, hasta el acompañamiento emocional y la formación de redes de apoyo, exploraremos cómo la tecnología puede ser también una aliada para el bienestar integral.
Porque, como bien dijo Ramón de Campoamor, “nada es verdad, nada es mentira, todo es según el color del cristal con que se mira.”