Columnas
En tiempos en que la educación está marcado por profundos retos globales: cambios demográficos, revoluciones tecnológicas y la necesidad apremiante de igualdad y equidad en un mundo que vive en una vertiginosa transformación, la voz del Papa Francisco se levantó para invitar a la sociedad, sin importar si se era creyente o no, de la Iglesia católica, a mirar más allá, y ver que “la educación es una de las formas más efectivas de humanizar el mundo…”.
Siempre dijo que educar no era solo transmitir conocimientos, sino un acto profundo de amor y esperanza, que forma personas, no solo profesionales, por ello, propuso volver a lo esencial: educar con el corazón, formar ciudadanos solidarios, comprometidos con la justicia y el bien común.
Razón por la que en 2019, lanzó la iniciativa Pacto Educativo Global, en la que, convocó a familias, escuelas, universidades, gobiernos, religiones y organizaciones sociale para colocar a la persona en el centro de la educación, formar ciudadanos comprometidos y responder a los grandes desafíos del mundo que se encuentra roto por la desigualdad y la indiferencia.
Llamado que realizó porque siempre manifestó, que para cambiar el mundo, hay que comenzar por cambiar la manera en que educamos, y por “reavivar el compromiso por y con las jóvenes generaciones, renovando la pasión por una educación más abierta e incluyente, capaz de la escucha paciente, del diálogo constructivo y de la mutua comprensión”.
Lo cual, con humildad, sabía y reconocía que solo se podía lograr uniendo esfuerzos porque “cada cambio necesita un camino educativo que involucre a todos”, para juntos construir una “aldea de la educación” en donde trabajando en siete vías, se "formen personas maduras, capaces de superar fragmentaciones y contraposiciones y reconstruir el tejido de las relaciones por una humanidad más fraterna":
Las siete vías, que propuso fueron:
En sus propuestas, reflejó una advertencia y una esperanza. La advertencia: si seguimos educando sin alma, crearemos generaciones que saben mucho, pero comprenden y sienten poco. Y la esperanza: todavía estamos a tiempo de formar niñas, niños, adolescentes y jóvenes que no solo sepan cosas, sino que sepan amar, dialogar, cuidar, y construir puentes en lugar de muros.
Más allá de nuestras creencias, necesitamos una educación como la que nos propuso: una educación que enseñe a vivir, a convivir y a cuidar. Porque, como él mismo afirmó, “educar es sembrar esperanza”.
Rosalía Zeferino Salgado
Asesora en Comunicación Estratégica
e Imagen Pública